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Qué vaina con Balanta

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QUÉ VAINA CON BALANTA

 

por Omar Humberto Melo  Docente de Artística

 

Es lunes. Falta un cuarto para la una y se escucha el sonar de la chicharra que indica a los estudiantes el momento para ingresar a las aulas.

La calma aparente de la tarde se ve afectada por un río humano que invade todo el colegio. Los profesores vigilan cada detalle de la presentación personal: “Métete la camisa Chaguala”, se le dice a uno de ellos. “Esos no son los zapatos de diario”, se le dice a otro. Muelas y Pincha’o se rebotan, pues se les decomisaron las cachuchas que llevaban puestas, las cuales, aunque viejas y raídas, son prendas muy valiosas en la comuna pobre donde habitan.

 

Me aflojo la corbata: el calor es sofocante y en los salones de clase hay tantos estudiantes que los docentes quedan pegados al tablero como metal al imán.

 

Nueve-Seis no tiene aula. Lo llevo al teatrino del plantel, cerca a la cancha de micro. Elevo una oración seguido de los estudiantes. Algunos cierran los ojos mientras la repiten. Otros la musitan mirando al cielo. No falta quien ore mentalmente y dos o tres prefieren mirar a los gallinazos que vuelan en círculo anticipando restos mortecinos o quizás anticipando la lluvia.

 

Llamo a lista. Contesta Imbajoa. Responden Pipicano y Tapasco. Niquepa está levantada y le llamo la antención. Mosca y Pechené responden en coro. “Más volumen cuando contesten”, les digo a Yaguantín, Buitrón y Matavajoy. Cotazo me grita que Ulcué, Mensa y Cayapú están enfermos y que Tenganán y Lastra están suspendidos.

 

Balanta, como de costumbre, no responde al llamado y todo el grupo contesta al unísono: “Está jugando micro, profe”. Efectivamente, en la cancha se encuentra el negro, que más bien es azul, alto, fornido, de piernas firmes y ágiles. Está en su salsa: jugando micro.

 

Estoy preocupado. El negro desprecia la clase de música, pero me tranquilizo al ver sus excelentes gambetas. ¡Qué Pelé en potencia! Me pongo de pie y grito. “¡Balanta! ¿Por qué atracás a tu mamá, robándole la fe que tiene en vos? Ella cree que estás estudiando. ¿No te das cuenta de la falta que cometés?  ¡Mirá a tus compañeros, están trabajando! ¿Y vos qué?”

 

El hombre azul detiene la pelota bajo su pie derecho. Gira su cuerpo hacia nosotros. Muestra sus dientes blancos y sonríe burlonamente. Ejecuta tres gambetas de fantasía y se oye ¡Gooooollll! Que lo gritan no solo sus compañeros de juego, sino sus propio grupo, Nueve-Seis.

 

“Punto y Aparte”, dicto para sacarlos del partido. Estoy incómodo. Balanta nos ha ignorado. Hace caso omiso a los llamados de atención. Prefiere sus partidos cada lunes, antes que la clase de música. El negro está pendiente hasta de recreo. Cinco asignaturas en insuficiente y el resto en aceptable. Además, su ficha de seguimiento muestra constantes llamados de atención y varias suspensiones. En realidad, este muchacho es toda una  Papeleta. Hay que ayudar a Balanta antes de que sea demasiado tarde.

 

Hablo con la cordi; le llevan el caso a la Rectora. Citan a la madre para el próximo miércoles.

 

Cuando abro la puerta de Rectoría el día de la cita, ya están allí la madre, la coordinadora y el muchacho. Entro y saludo con respeto. La madre de Balanta no me responde. Es una mujer fornida, viste ropa sencilla, de aspecto huraño. Su ojo izquierdo parece querer aventurarse en solitario, aunque el derecho nos mira frontal.  

 

“Señora Balanta”, le digo con voz suave y serena. “¡Lo que se siembra se recoge!” “¡El árbol se conoce por sus frutos!” y mostrando el boletín de calificaciones de su hijo continuo.

 

–Señora, cinco asignaturas perdidas y el resto raya en el abismo de la insuficiencia, pues las tiene en aceptable. Lo grave es la inconsciencia ante el esfuerzo que usted hace para sacarlo adelante, pues para su hijo lo único importante es el fútbol.

 

La mujer inclinó su cabeza.

 –No se qué voy a hacer con este muchacho. Soy madre y padre para él. Continuamente lo aconsejo, lo grito, lo castigo físicamente y miren ustedes. –y después de una pausa desahogada, continuó:

–¿Qué he conseguido? –preguntó angustiada –Nada.

 

Balanta colocó tiernamente su mano sobre el hombro de su madre. La miró con pena y arrepentimiento. Ya no era aquel chico burlón y displicente. Levantó su cabeza y mirándonos abrió sus finos labios y entre dientes dijo:

 

–Confieso que mi pasión es el fútbol y mi meta es llegar a ser como el Tino Asprilla. Me he equivocado al no tomar en serio los compromisos con mi madre, con los profes, y con el colegio. Les prometo que cambiaré positivamente.¡Ahh! ¡Pero eso sí! Practicaré microfútbol en los momentos permitidos.

 

Seguidamente se abrazó con su madre.

 

Me levanté para no interrumpir ese momento sagrado de ternura, paz y reconciliación. Toqué suavemente el hombro de su madre para despedirme.

 

Las cosas mejoraron muchísimo. Balanta asistía puntualmente a mi clase. Respondía con respeto. Empezó a traer sus tareas  puntualmente y hasta ahora muestra disposición para el trabajo.

 

Estoy muy satisfecho por el logro conseguido. Se ha sentado un precedente en la Institución y una vez más se  comprueba que el diálogo entre las partes, es el camino más corto y efectivo para solucionar los conflictos.

 

Lastimosamente, no hay felicidad completa y se repite el ciclo. El problema ya no es con Balanta.

AHORA ES CON ERAZO.

 

¡QUÉ VAINA CON BALANTA!

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